viernes, 30 de agosto de 2013

Relaciones de Pareja

         Cuando hablamos sobre relaciones de pareja es interesante comenzar a delinear la temática desde el inicio de la pareja.  Es en este tiempo de constitución cuando se dan los procesos pilares que, si se logran mantener fuertes, darán como fruto una relación de pareja saludable.

      Inicialmente en el proceso de elección de una pareja hay un impacto, una atracción que deslumbra a la persona, el sujeto siente que esa persona quizás  sea la indicada como compañera de vida. 


Cuando ve a esa persona experimenta distintas emociones, siente nerviosismo, no saber qué decir, se siente  paralizado, etc.   Esta atracción  física o de carácter, en un primer momento,  se va estabilizando en  cuanto se empieza a dar un lazo comunicacional  y así se dan otros tipos de deslumbramientos que generan una cautivación en el sujeto.

      Todo lo que su pareja hace o dice le parece fascinante, siente que son iguales, le atrae su forma de ser, de hablar, de pensar, su sensibilidad, su alegría, siente que esta persona lo complementa, que es perfecta, que jamás sintió algo igual y comienza a darse la creación ilusoria de un posible futuro juntos.


     Este primer proceso que hemos detallado es lo que Freud ha nombrado como período de enamoramiento, el cual puede durar varios meses y contiene identificaciones e idealizaciones. Identificaciones en el hecho de creer que esa persona es igual a mi e idealización en el sentido de elevar a esa persona como portadora de todas aquellas virtudes que anhelo en mi.


      Así van pasando los días, tal vez los meses e incluso los años en una pareja, y en este andar van apareciendo las diferencias. Aquello que les parecía tan maravilloso ya no lo es tanto, comienzan a darse discusiones y hasta rechazos de contacto físico; antes querían estar todo el tiempo juntos, ahora sienten que tanto contacto llega a asfixiar.


      A la luz de la pareja, pareciera que de pronto todas esas cualidades angelicales se tornasen más bien terribles defectos. Estas diferencias que lograron la unión ahora podrían convertirse en el peor enemigo de la relación.


      Las diferencias alimentan la relación, pero también la empañan cuando no es posible manejarlas o tolerarlas. Muchas parejas inician sus relaciones llenas de ilusiones y expectativas, entre ellas que la pareja siempre va a ser y a estar de la misma manera,  pero lo que antes era un valor y un aprecio ahora se convierte en un fastidio y una obligación que va desgastando la relación conyugal.


      Aquí es donde vemos caer el velo del enamoramiento y la realidad se presenta tal cual es,  al aparecer las diferencias y derrumbarse las idealizaciones la pareja pasa por una etapa de reelección y revalorización del otro, se pone en la balanza si es más fuerte el amor que se siente por la persona o la desilusión de ver que no es quien se creía que era. Equilibrar la balanza es poder comprender y aceptar que el otro es diferente, que tiene defectos y virtudes y dejar de lado la idea de cambiar a la persona para que se acomode a lo que “yo” quiero que sea.  Si se logra superar esta prueba la pareja se estabiliza, surgiendo así el verdadero amor que va mas allá de la atracción física, aparece el amor de pareja,  aparece la ternura y se da un proceso de reelección de esa persona como aquella persona que va acompañar el camino de la vida, se plantean nuevos objetivos y se comienza una nueva etapa en el proceso de armado de la relación de pareja.


       Algunas veces se intenta forzar la situación para que la pareja funcione, esto lleva a una relación tóxica, nada sana, con una base poco firme. Toda relación tiene componentes adictivos, los cuales no son malos, el problema es cuando el “te necesito” se convierte en un controlador absoluto de la pareja e impide que cada uno de lo mejor de sí.


       En estos casos la persona siente que tiene que convertirse en algo que no es para estar en esa relación, no se reconoce en sus propias acciones, la relación ya no es lo que esperaba, la relación no le está dando lo que necesita sino que obtiene sólo sentimientos de infelicidad. Sin embargo sigue sosteniendo la relación aún sintiéndola incómoda; hay algo inconsciente que le impide tomar una decisión acerca del sostenimiento de la relación.


      Uno de los indicadores que vemos en una relación insana es la falta de libertad, ya no se puede amar libremente al otro como es, se generan sentimientos de ambivalencia amor-odio (esto es lo que más evidencia una relación tóxica).


      La forma de relacionarse que tiene cada sujeto en todos los ámbitos de su vida viene anclada a su más temprana infancia, teniendo como base las formas de relacionarse que aprendió, a partir de la pautas de apego que estableció con sus padres, familiares cercanos o quienes estaban a su cuidado.  Estas pautas se ven en cada una de las relaciones que establece la persona y a partir de ahí podemos desentrañar el porqué de ciertas conductas dentro de la relación y el porqué muchas veces se sostienen las relaciones tóxicas más allá de la salud mental de los integrantes.


      Lo que desde la terapia psicológica se busca es indagar en la historia de la pareja para saber a partir de qué base se formó y establecer nuevas pautas para lograr, si los integrantes desean intentar salvar la relación, un nuevo comienzo partiendo de objetivos comunes y buscando la reivindicación de la vida conyugal.

El Vacío Existencial

          Como sujetos se nos plantea desde el inicio mismo de nuestra existencia la idea de buscar la felicidad, pero el mensaje encriptado en esa fábula de ser felices y completos permanentemente es que nadie nos dice nada acerca del costo a pagar.

      Hoy vivimos un idealismo comunicacional que nos vende minuto a minuto una cultura de felicidad interminable: amigos, fiestas, alegría y risas sin fin, donde el único propósito es pasarla bien.
El bombardeo constante de oferta de goces y objetos para satisfacer nuestros deseos aparece como la solución mágica a la falta de respuestas frente al sentido de la vida


      Vivimos en una realidad donde se supone que la angustia existencial es una equivocación, no hay lugar para el cuestionamiento del ser, es así que nos horroriza ver el juego mortífero de caminar en el puro placer, las adicciones, los suicidios en jóvenes, etc.    La soledad misma del sujeto es algo que se hace insoportable y de la que nadie quiere saber.


      Voces mudas denuncian el destino cruel que nos depara la insatisfacción cultural: bulimias, anorexias, adicciones, síntomas que gritan la anulación del sujeto. Estamos siendo devorados por los objetos, por el imperativo de consumo ilimitado, respuesta trágica, aniquiladora a una sociedad consumista que nos hace creer en la imagen de un espejo fallido. Así nos mostramos frente al otro con un personaje creado para engañar, pero que en el proceso el único engañado es el sujeto mismo.
     

      Freud nos habla de culpa, angustia e insatisfacción por vivir en la cultura. Actualmente sentimos culpa por no poder alcanzar el grado de placer establecido por nosotros mismos y por la sociedad, pero los deseos están para ser formulados, no para ser cumplidos. El sujeto persigue la realización de sus deseos pero también teme a su realización y de este miedo deriva la respuesta fóbica que se materializa a través del ataque de pánico, la inhibición ante el miedo, donde el propio psiquismo pone un freno a través del cuerpo.

       La fobia es un modo de expresar el miedo, a partir de sus síntomas se fabrican límites, prevenciones y logra que el sujeto se mantenga alejado del objeto de deseo. El hombre retrocede porque se enfrenta a una oferta de goce que de realizarse le costaría su subjetividad. Podríamos decir que, si bien hoy se nos plantea el objeto al alcance de la mano, el sujeto busca protegerse de una realización de deseos que considera excesiva y peligrosa, y frente a la cual se siente pequeño e insuficiente.
¿Cómo soportar esta insatisfacción? Este es el gran enigma del sujeto, el malestar en la cultura es el precio que debemos pagar por vivir en comunidad, reprimir nuestros deseos por el solo hecho de acceder a una vida social.


       El sufrimiento humano reside en tres fuentes: el poder de la naturaleza, la caducidad del cuerpo humano y la insuficiencia para regular las relaciones sociales. Las dos primeras son inevitables, pero la que resulta difícil de comprender es la tercera. Supuestamente la vida en sociedad debería generarnos satisfacción, pero no es así, no sabemos cómo responder al otro y esta es la causa que genera hostilidad hacia lo cultural.


       Para poder mitigar el sufrimiento ante la insatisfacción constante encontramos tres posibles soluciones: distraernos en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas en el desarrollo intelectual o artístico o bien narcotizarnos para poder escapar aunque sea por un rato de la realidad descarnada. Otra manera de evitar el sufrimiento es la sublimación, este proceso hace que la energía se convierta en algo productivo socialmente y así alejamos la culpa y la insatisfacción momentáneamente.


      Es posible canalizar nuestro sufrimiento por diferentes vías, que con ayuda de la fantasía nos hacen creer en el posible estado de felicidad, pero ninguno es eternamente efectivo.


      La terapia psicológica ayuda a lograr que el sujeto entienda que todos pagamos el precio de la infelicidad por vivir en sociedad, que a muchos nos paraliza el miedo de ver la realidad cotidiana, pero que con síntomas y todo seguimos preguntándonos y tratando de entender, lo más lúcidos posibles, cómo vivir y soportar el vacío de no poder lograr el ideal de felicidad.


      Lo que debemos aprender es a disfrutar de los momentos que tenemos, cuestionarnos acerca de nuestros deseos y continuar nuestro tránsito por la vida enfrentando la no realización completa del ser.

Terapia de Pareja

             Cuando una pareja decide consultar a un profesional para tratar de solucionar sus problemas conyugales, generalmente es la última opción que creen tener antes de la decisión de separarse.
      Muchas veces los integrantes de la pareja esperan una solución mágica o que el psicólogo les diga exactamente qué hacer; desafortunadamente esto no es tan así. El trabajo no lo hace el profesional solo, sino la pareja, lo cual es bueno en el sentido que no se volverán dependientes del psicólogo a largo plazo para mantener una relación saludable; concluida la terapia dispondrán de herramientas que antes no conocían o que no utilizaban. La función del profesional es de encuadre del proceso y de mediación.


      En este punto la relación ya ha llegado a un estado en el cual la comunicación se ha roto por completo y donde lo que más prima son los reproches, las culpas, las agresiones de todo tipo y sobre todo la egocéntrica posición de ver quién es el más fuerte de los dos. La convivencia se torna casi insoportable, aparecen sentimientos ambivalentes de amor-odio dados por las situaciones conflictivas que llevan a no poder discernir el sentimiento real por la otra persona.


      Todo se encuentra muy movilizado desde la angustia, la bronca y el recuerdo de las situaciones en las que se sintieron agredidos por el otro. En esta instancia ya no se piensa en la otra persona, sino que por el contrario, cada uno busca resguardarse y protegerse desde su lugar; es como si hubieran desatado una guerra en la cual cada uno defiende su bandera sin importarle como impactan las palabras en el otro.


      Pareciera que todo lo que en un momento los unió ha desaparecido. Aquella elección que hicieron inicialmente se vuelve confusa y se da un desencuentro tal que desconocen a la persona que tienen al lado.
      Se escucha confusión y contradicción en frases como “quiero seguir, pero no así”, “ya no sé qué es lo que quiero”, “hace demasiados años que estamos juntos”, “quiero salvar la pareja por mis hijos”, etc. Al concurrir juntos a una sesión terapéutica manifiestan “lo que no nos falta es amor”, en tanto que en  las sesiones individuales contraponen “no sé si sigo enamorada/o”.
      Esta confusión es algo a despejar en la terapia, pero para poder iniciar el trabajo terapéutico es imprescindible contar con el compromiso de ambas partes, la sinceridad con el profesional y sobre todo el estar abierto a escuchar y a aceptar.


      En el inicio de la terapia es necesario hacer un trabajo de contención de cada una de las partes por separado; este trabajo es necesario para liberar la tensión y dar lugar a la queja.  El hecho de poder poner en palabras lo que siente cada uno sin tener al otro al lado hace que la persona sienta que se saca una mochila de encima.


      La metodología de iniciar el trabajo por separado tiene como finalidad estabilizar emocionalmente a cada uno, ya que después de tanto tiempo de tensión ambos se encuentran quebrados emocionalmente, cansados y necesitan liberar tensiones.
Luego de este proceso inicial se comienza a trabajar en el restablecimiento del dialogo perdido y en proyectar objetivos nuevos para la pareja, generando el reencuentro y la re-significación de los lazos que los unen.


      El proceso de terapia no tiene un tiempo establecido, todo depende de cómo responde cada persona al trabajo terapéutico y de la funcionalidad de cada pareja en la terapia. Generalmente al inicio de la terapia, las parejas comparan sus experiencias terapéuticas con las de otras parejas, que muchas veces son las que les recomendaron ir a terapia. Aunque es bastante frecuente, ese tipo de comparaciones es erróneo: “Cada terapia de pareja es única para cada pareja”.


      Es bueno poner expectativas en la terapia, pero también es importante entender que durante el trabajo se pasan por diferentes fases, momentos de avance, algunas veces de estancamiento y otros en los que parece que se ha producido una regresión a las mismas situaciones por las cuales consultaron al psicólogo. Todo lo antedicho es parte del proceso normal en el desarrollo de una terapia,  lo importante es ser constantes y no creer que todo se derrumba ante el primer obstáculo. El trabajo toma tiempo, es paso a paso, hay que armarse de paciencia y no dejarse inundar por la ansiedad que las cosas se resuelvan de inmediato, sino que hay que entender que los logros duraderos se ven y se fijan con el tiempo

jueves, 29 de agosto de 2013

Ataques de Ansiedad

Cuando nuestro cuerpo nos habla...
  Habitualmente cuando decimos que estamos ansiosos nos referimos a la sensación de nerviosismo o preocupación que percibimos ante ciertas situaciones de la vida cotidiana.
       Las señales de ansiedad son un conjunto de reacciones corporales que se presentan en las personas ante situaciones de temor. Este temor puede ser real o no; con esto quiero decir que la ansiedad hace que la persona se anticipe a la situación. Ese temor se percibe muchas veces como una amenaza o peligro ante lo que se podría presentar en un futuro. La persona ansiosa se preocupa demasiado por lo que puede llegar a suceder, lo que provoca que tanto el cuerpo como la mente experimenten sensaciones de nervios, insomnio, palpitaciones, entre otros síntomas.
       Mientras la ansiedad sea sólo una señal de alerta y la persona sepa manejarla no hay mayores consecuencias. El problema se presenta cuando este síntoma se instala tan fuerte en la vida de la persona que ya se le hace imposible controlarlo y se llega al desborde, lo cual genera angustias masivas y cierto tipos de patologías como: fobias, ataques de pánico, procesos inhibitorios, depresión o enfermedades psicosomáticas que atacan tanto la piel como los órganos gastrointestinales.
       Muchas veces se comete el error de confundir un proceso ansiógeno con una depresión. Si bien en la ansiedad se experimentan sensaciones de desasosiego y angustia, no se dan otros síntomas propios de la depresión.
       Podemos decir que la ansiedad se vuelve un problema, una patología, cuando se convierte en un estado frecuente con el que  vive la persona, se vuelve algo habitual. Esto es palpable tanto para la persona misma como para su entorno; la persona comienza a circunscribir sus actividades sociales y su vida solamente al lugar en el cual se encuentra seguro. A su vez, los procesos ansiógenos llevan a que quien los padece tenga pensamientos negativos, su proyección de futuro sea oscura, posea baja autoestima y se rotule a sí mismo con la etiqueta “YO NO PUEDO”.
       Al darse esta especie de paralización, los desarrollos de angustia son frecuentes. Si bien se lo escucha decir que quiere salir de esa situación, la inhibición es tan fuerte que sólo deja a la persona instalada en la queja y sin capacidad de accionar sobre la realidad. A partir del trabajo clínico psicológico,  se va recobrando poco a poco la confianza en sí mismo y por lo tanto la posibilidad de actuar para cambiar.
       Este tipo de trastorno está principalmente asociado a la forma en que una persona piensa acerca de sus problemas, cómo se dispone a enfrentarlos y las herramientas simbólicas de las que dispone. Posiblemente lo más efectivo, y sobre todo preventivo, es aprender a manejar las emociones, las sensaciones y los pensamientos.
       Es ahí donde la ayuda de la terapia psicológica es importante; a partir de ella se aprende a lidiar con las situaciones de angustia  de manera que no causen malestares mayores; se trabaja con la autoestima de la persona haciendo hincapié en que toda situación que se nos presenta en la vida, por más terrible que nos parezca, tiene su solución y que cada persona en particular posee las herramientas para lograr la solución, sólo que muchas veces no sabe cómo utilizarlas.
       La mejor manera de prevenir los trastornos de ansiedad es aprender a leer y decodificar los mensajes que nos dan nuestro cuerpo y mente.
Las pequeñas señales de angustia y ansiedad son un alerta a tener en cuenta…

Ataques de Pánico...

Pedir ayuda a tiempo....
      Hoy en día es natural escuchar que alguna persona conocida sufrió en algún momento un episodio de pánico.  Ya no se toman como algo raro y las mismas personas que los han sufrido pueden enumerar los síntomas y lo que se siente cuando se vivencia un ataque de pánico.
      Lo que no sabemos es que, como cualquier otra dolencia, la duración, frecuencia e intensidad de estos ataques va a depender mucho del momento en el cual pidamos ayuda y a qué tipo de profesionales acudamos.
      Cuando uno sufre un ataque de pánico vivencia palpitaciones, elevación de la frecuencia cardíaca, dolor en el pecho, vértigo, mareo, náuseas, inestabilidad, dificultad para respirar, transpiración o escalofrío, sensación de ahogo, molestias abdominales, cosquilleo o entumecimiento en las manos, sensación de estar soñando o deformación de la percepción, miedo,  terror.  En pocas palabras uno se siente morir, se tiene la sensación que algo horrible va a pasar y que uno no puede evitarlo, la persona se paraliza.
      Este episodio suele durar entre cinco y  diez minutos aproximadamente, es acompañado por una enorme carga de angustia que muchas veces se libera a través del llanto y con un gran estado de tensión, es como si los mecanismos corporales que generalmente se ponen en funcionamiento ante una situación de peligro se disparasen inesperadamente y sin motivo alguno.  Nos puede pasar en cualquier sitio: en el supermercado, en el banco, en la calle, haciendo compras, no hay sitio ni momento definidos que la persona pueda distinguir, es imposible anticiparlo, una vez sucedido se comienzan a vivir estos episodios con más frecuencia y son cada vez más intensos, lo cual preocupa no sólo a la persona que los sufre que, como medida de prevención hace un aislamiento y se queda en su casa buscando un refugio de los ataques, sino también al entorno familiar, llegando muchas veces a generar conflictos familiares y laborales.
      El ataque de pánico tiene como base un trastorno de ansiedad, lo que dispara el ataque es la existencia de un estado de ansiedad y angustia inmanejables para la persona y, como en todo ataque, hay una situación específica que actúa como disparador. Hasta ese momento la persona más o menos se las arreglaba con su angustia, pero a partir de ese suceso desencadenante y tras haber sufrido el ataque de pánico es como si el propio cuerpo y mente dijeran basta.
      Antes de llegar a estas situaciones hay señales de  “alarma”;   señales que emite nuestro psiquismo que son pequeñas manifestaciones de angustia, las cuales generalmente dejamos pasar sin darles al principio  mayor importancia, hasta que vemos como  esas “señales angustias”  se van incrementando paulatinamente hasta acaparar toda la atención de nuestro yo e impedirnos continuar normalmente con nuestro ritmo de vida e interferir en nuestras tareas cotidianas y en las relaciones sociales y familiares.
     El estar expuestos a malestares continuos de todo tipo (familiares, laborales, sociales) lleva a que se den episodios de este tipo; nos sentimos sobrepasados por las situaciones, no encontramos sentido a lo que hacemos, no podemos proyectarnos a futuro porque todo se ve desde el negativismo de sentirse vacío, solo y sin que nadie entienda lo que se sufre. Así es que nuestro margen de tolerancia se ve sumamente rebasado y nuestro YO cada vez más débil.
      En estos momentos quienes menos pueden ayudarnos son los amigos o allegados; la persona que sufre estos episodios se siente incomprendida, su entorno tiende a minimizar lo que le pasa, dando consejos del tipo: “no te hagas problemas, salí a divertirte, distráete”.
      Lo primero que se suele hacer al sentir estos síntomas es acudir a un médico clínico para descartar algún tipo de afección cardíaca o de origen orgánico. Una vez descartado todo lo que respecta a la clínica médica y al recibir la noticia de que no hay nada físico, llega la recomendación de iniciar un tratamiento psicológico, a lo cual muchos responderían: -”pero si lo que yo siento es corporal”. Así, progresivamente, comienza el camino de aceptación de que nos encontramos frente a un trastorno psicológico.
      El tratamiento para este tipo de trastornos de ansiedad con episodios de pánico puede ir acompañado  según el caso,  con un respaldo farmacológico  controlado  por un profesional psiquiatra y un tratamiento psicológico a la par.

     Una vez que la medicación comienza a hacer efecto es más fácil para la persona hablar y realizar el tratamiento psicológico. A partir de la realización de estos tratamientos generalmente las mejorías son notorias en muy poco tiempo. Desde la terapia se sostiene  al paciente en las  situaciones de máxima angustia o ansiedad y sobre todo cuando reaparecen los episodios de pánico, trabajando sobre las vicisitudes que llevaron a tal desenlace,  dotándolo de herramientas para saber cómo actuar y manejarse  sin dejar que la situación lo sobrepase.