jueves, 29 de agosto de 2013

Ataques de Pánico...

Pedir ayuda a tiempo....
      Hoy en día es natural escuchar que alguna persona conocida sufrió en algún momento un episodio de pánico.  Ya no se toman como algo raro y las mismas personas que los han sufrido pueden enumerar los síntomas y lo que se siente cuando se vivencia un ataque de pánico.
      Lo que no sabemos es que, como cualquier otra dolencia, la duración, frecuencia e intensidad de estos ataques va a depender mucho del momento en el cual pidamos ayuda y a qué tipo de profesionales acudamos.
      Cuando uno sufre un ataque de pánico vivencia palpitaciones, elevación de la frecuencia cardíaca, dolor en el pecho, vértigo, mareo, náuseas, inestabilidad, dificultad para respirar, transpiración o escalofrío, sensación de ahogo, molestias abdominales, cosquilleo o entumecimiento en las manos, sensación de estar soñando o deformación de la percepción, miedo,  terror.  En pocas palabras uno se siente morir, se tiene la sensación que algo horrible va a pasar y que uno no puede evitarlo, la persona se paraliza.
      Este episodio suele durar entre cinco y  diez minutos aproximadamente, es acompañado por una enorme carga de angustia que muchas veces se libera a través del llanto y con un gran estado de tensión, es como si los mecanismos corporales que generalmente se ponen en funcionamiento ante una situación de peligro se disparasen inesperadamente y sin motivo alguno.  Nos puede pasar en cualquier sitio: en el supermercado, en el banco, en la calle, haciendo compras, no hay sitio ni momento definidos que la persona pueda distinguir, es imposible anticiparlo, una vez sucedido se comienzan a vivir estos episodios con más frecuencia y son cada vez más intensos, lo cual preocupa no sólo a la persona que los sufre que, como medida de prevención hace un aislamiento y se queda en su casa buscando un refugio de los ataques, sino también al entorno familiar, llegando muchas veces a generar conflictos familiares y laborales.
      El ataque de pánico tiene como base un trastorno de ansiedad, lo que dispara el ataque es la existencia de un estado de ansiedad y angustia inmanejables para la persona y, como en todo ataque, hay una situación específica que actúa como disparador. Hasta ese momento la persona más o menos se las arreglaba con su angustia, pero a partir de ese suceso desencadenante y tras haber sufrido el ataque de pánico es como si el propio cuerpo y mente dijeran basta.
      Antes de llegar a estas situaciones hay señales de  “alarma”;   señales que emite nuestro psiquismo que son pequeñas manifestaciones de angustia, las cuales generalmente dejamos pasar sin darles al principio  mayor importancia, hasta que vemos como  esas “señales angustias”  se van incrementando paulatinamente hasta acaparar toda la atención de nuestro yo e impedirnos continuar normalmente con nuestro ritmo de vida e interferir en nuestras tareas cotidianas y en las relaciones sociales y familiares.
     El estar expuestos a malestares continuos de todo tipo (familiares, laborales, sociales) lleva a que se den episodios de este tipo; nos sentimos sobrepasados por las situaciones, no encontramos sentido a lo que hacemos, no podemos proyectarnos a futuro porque todo se ve desde el negativismo de sentirse vacío, solo y sin que nadie entienda lo que se sufre. Así es que nuestro margen de tolerancia se ve sumamente rebasado y nuestro YO cada vez más débil.
      En estos momentos quienes menos pueden ayudarnos son los amigos o allegados; la persona que sufre estos episodios se siente incomprendida, su entorno tiende a minimizar lo que le pasa, dando consejos del tipo: “no te hagas problemas, salí a divertirte, distráete”.
      Lo primero que se suele hacer al sentir estos síntomas es acudir a un médico clínico para descartar algún tipo de afección cardíaca o de origen orgánico. Una vez descartado todo lo que respecta a la clínica médica y al recibir la noticia de que no hay nada físico, llega la recomendación de iniciar un tratamiento psicológico, a lo cual muchos responderían: -”pero si lo que yo siento es corporal”. Así, progresivamente, comienza el camino de aceptación de que nos encontramos frente a un trastorno psicológico.
      El tratamiento para este tipo de trastornos de ansiedad con episodios de pánico puede ir acompañado  según el caso,  con un respaldo farmacológico  controlado  por un profesional psiquiatra y un tratamiento psicológico a la par.

     Una vez que la medicación comienza a hacer efecto es más fácil para la persona hablar y realizar el tratamiento psicológico. A partir de la realización de estos tratamientos generalmente las mejorías son notorias en muy poco tiempo. Desde la terapia se sostiene  al paciente en las  situaciones de máxima angustia o ansiedad y sobre todo cuando reaparecen los episodios de pánico, trabajando sobre las vicisitudes que llevaron a tal desenlace,  dotándolo de herramientas para saber cómo actuar y manejarse  sin dejar que la situación lo sobrepase.

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